Hoy no tengo ganas de lidiar con mis emociones.
No tengo ganas de intentar transitar, sentir, mutar
pero tampoco tengo ganas de quedármelas.
Cuesta tanto sacar del pecho lo oculto,
el dolor pegoteado al alma que no se deja ver.
¿Qué es? ¿Qué te tiene así? Probablemente asuntos que te duelen tanto, que te dan TANTA vergüenza ajena que no te animas siquiera a mirar ahí. Pero están ahí.
"Te quiero mucho mama, disculpa mi desapego"
Quizás eso me pasa con mi viejo. Me encontré a mi misma sintiendo pena de él. Concluí en que era "pena" ya que asumí que a él lo ponía triste no tener una relación solida conmigo ¿Y si proyecté esa conclusión en él? Proyecté lo que yo misma no estaba lista para asumir. Me duele, me entristece, me quiebra, me atraviesa no tener una relación real con él. Sentir que no es posible porque el miedo, el abismo entre valores, ideales políticos y morales me plantan un muro en frente. El reclamo, la decepción de su desempeño como padre. La frialdad que nos caracteriza. Frialdad aprendida, se nos crió en un hogar en el que no se hablan ni se manifiestan emociones.
Tengo ganas de salir a tomar aire. Tengo ganas de empezar un proyecto, tengo ganas de arrancar, de ser capaz de mantener una rutina. De tener la menor idea de qué hacer con mi tiempo. De vivir el tiempo a conciencia. No soy consciente de mi aquí y ahora, de mis ganas. No conecto el hacer con mis ideas de hacer. Al momento de ejecutar quedo en blanco, pienso que no tengo nada que hacer y lo poco que noto me digo "no tengo ganas ahora de atender eso".
¿Entonces qué tenes ganas de atender?
Me planteo muchísimo qué me falta para ser feliz. Escapo todo el tiempo, busco en diferentes escenarios, jamás me encuentro. Qué fuerte notar que esa felicidad que busco es la que le falta a mi espíritu. Mi alma está muy triste. Con justas razones. Mi alma está de duelo. Mi alma está horrorizada y aún no puede creer que el mundo esté tan roto. El mundo es un reflejo de nuestro mundo interno. Mi alma no puede creer que mi mundo interno esté tan roto.
El mundo se ve roto porque estoy roto.
Pienso que en un lugar me siento mal, miro con anhelo el del costado, el que quedó atrás, el del vecino, el de mi amigo, el del desconocido de Instagram. Siempre deseando estar en otro lugar. En cierto punto era real, pero se volvió costumbre desear estar en otra casa. De chiquita miraba atentamente las casas del barrio, particularmente de San Miguel ya que me gustaba mucho. Miraba, elegía y pensaba cómo hubiese sido mi vida viviendo esa historia. Otra familia, otro hogar. Miraba ventanas con tanto anhelo. Del mas puro, el anhelo del infante triste. Lo hice tanto que quizás se volvió costumbre.
En su momento tenía sentido mirar para afuera ya que las cosas en casa realmente estuvieron siempre muy mal y al ser menor no había escape de esas situaciones. Anhelaba cumplir 18 para tener trabajo y comprar una casa donde irme a vivir con mamá. Pero hoy por hoy, concluyo que lo que realmente se siente insoportable es estar adentro mio.
Estos días fuera de casa días fueron muy valiosos para mí. Tan dolorosos y por lo tanto tan llenos de aprendizaje. Aprendí que lo que importa lo llevo ahí adentro, a donde sea que vaya. Si yo estoy bien/mal internamente, esa paz/tormenta no es estática de un lugar sino que va a ir a donde sea que yo vaya. Yo conmigo, el espacio físico externo puede llegar a influir más o menos (pero no debería influir realmente en caso de que estemos enfocados en nuestro eje). Vayas a donde vayas, llévate lo esencial. Vos mismo.
Siempre que busques afuera lo que necesitas internamente, esa búsqueda resultará fallida. Y si resulta, va a ser momentáneo, efímero. No importa dónde estés, si vos estas centrado en tu eje, teniendo en claro qué pensas VOS, qué querés VOS, qué sentís VOS, todo va a estar bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario